La palabra que resume la ascensión a mi primer dosmil, el Moncayo, fue ilusión. La subida al Tozal de Guara significó esfuerzo. Mi debut en una media maratón, superación. Y el tercer dosmil de mi vida, el Pico Peñarroya, lo conquisté por perseverancia. Son experiencias y aventuras disparejas, pero con un denominador común: la sensación de bienestar al llegar a meta. Sin importar que ésta adopte forma de cruz en lo alto de una montaña, de gran arco hinchable o de enorme pilar.
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Media Maratón de Babilafuente, el orgullo de terminarla
A lo largo de nuestras vidas se suceden momentos y situaciones que nos hacen sentir orgullosos. En algunos casos pueden tener que ver con logros académicos, laborales, profesionales. En otros muchos es un sentimiento anejo a la realización de un gran esfuerzo físico. Orgullo generado por la consecución de un reto, para el cual has debido llevar el cuerpo al límite de sus fuerzas. Superación. En mi caso fue por terminar la Media Maratón de Babilafuente, la primera de mi vida.
Tozal de Guara: a la segunda fue la vencida
El último artículo que escribí para este blog terminaba con dos palabras: prometo revancha. Un mes y once días después llegó. 41 días más tarde de que me quedara a 300 metros, conseguimos alcanzar esa cumbre que cada vez parecía más lejana. No ganamos a la montaña, en ningún momento nos sentimos vencedores, simplemente la respetamos, incluso cortejamos, y ella, educada como ninguna, nos permitió conquistarla.
Tozal de Guara: nadar para morir en la orilla
A 300 metros, a 3.000 malditos y verticales centímetros me quedé de la cumbre en mi primera intentona por ascender al Tozal de Guara. Sin duda, la ruta de senderismo más dura de todas las que mis piernas han tratado de superar y la que más trabajo físico y, sobre todo, psicológico, me ha obligado a ejercer para no abandonar mucho antes.