Tozal de Guara: nadar para morir en la orilla

A 300 metros, a 3.000 malditos y verticales centímetros me quedé de la cumbre en mi primera intentona por ascender al Tozal de Guara. Sin duda, la ruta de senderismo más dura de todas las que mis piernas han tratado de superar y la que más trabajo físico y, sobre todo, psicológico, me ha obligado a ejercer para no abandonar mucho antes.

Pero no pasa nada, lo importante es que mi incipiente afición al montañismo amateur sigue firme su camino. Después de casi poder tocar con las yemas de los dedos esa cruz que marcaba el punto más alto de la Sierra de Guara, sé que voy a volver. Lo haré mejor preparado, conociendo el terreno y consciente del sufrimiento que conlleva este ascenso. Pero llegaré y palparé esa cumbre que ayer parecía alejarse cada vez más y más de mí.

El Tozal de Guara se encuentra en la homónima sierra oscense. Aproximadamente a 30 minutos en coche desde Huesca y algo más de una hora desde Zaragoza. Tiene una altura de 2.077 metros y, aunque variable dependiendo de la cara que escojas para subir, la distancia (ida y vuelta) es de alrededor de 21 kilómetros. Las posibilidades de ascenso son varias. Yo elegí comenzar desde Santa Cilia de Ponzano. Según la información que había recopilado en los días anteriores, era la cara más cómoda y sencilla a la hora de encarar las duras y muy numerosas rampas que te separan de tu objetivo.

Al igual que en el caso de la subida al Moncayo, no quiero que este artículo se convierta en una guía práctica de cómo subir al tozal ni en una explicación técnica de las distintas vicisitudes que conlleva un ascenso como éste. Prefiero enfocarlo a mis sentimientos, a todo lo que se me pasó por la cabeza en cada una de las interminables rampas que superé. Porque este pico te obliga a hacer un trabajo mental muy intenso tanto para no tirar la toalla antes de tiempo, como para saber arrojarla cuando todavía no es demasiado tarde.

El ascenso comienza con rampas bastante leves, subidas sencillas que se superan sin demasiados problemas. Pero solo son las primeras, posteriormente la acumulación comenzará a hacer mella. Sin embargo, a diferencia de otras ocasiones, lo pasé mal mentalmente al principio. El hecho de tener la mínima experiencia en montañismo del Moncayo me hizo saber lo qué se me venía encima (nunca mejor dicho). Era consciente de que pasaría malos momentos. Pero, apenas 30 minutos más tarde de comenzar a andar, logré la calma. El necesario equilibrio mente-piernas adquirió su calibre adecuado y, convencido de llegar hasta el final, levanté la cabeza y miré para arriba con orgullo, incluso chulería que después me pasaría factura.

Teóricamente, según diversos blogs y paneles informativos, el ascenso tiene una duración de aproximadamente cuatro horas. El problema fue que yo, aún no sé por qué extraña razón, llevaba subiendo más de cinco y todavía me quedaban 300 metros de muy duro ascenso que podrían costarme más de treinta minutos.

A partir de la supuesta mitad del ascenso (las dos horas de caminata) comienza lo duro. Primero porque el camino va adquiriendo verticalidad a cada paso, también porque, al menos para mí, el no conocer el terreno y la localización de la cumbre acabó con mis fuerzas. En todo momento pensé que el punto final estaba en uno de los picos que se levantaban ante mi frente. Sin embargo, el camino indicado me alejaba de allí cada vez más.

Pensé en retirarme, miré para abajo y me di cuenta de que no solo estaba subiendo el Tozal de Guara, estaba superando todas las malditas cumbres de la Sierra de Guara. Una por una, ya había culminado cinco montañas. Cuando tu cabeza está a punto de reventar, por la desesperación y por el calor, (importantísimo llevar mucha, mucha agua y algo en la cabeza porque no hay una mísera sombra en todo el camino) aparece un cartel que te señala dónde está la cumbre. No podía estar más confundido, en la otra punta de la que yo creía que podía ser.

En este momento las emociones se entrecruzan. Por un lado, crees que el final está cerca, por otro, tus piernas están realmente cansadas y, en mi caso, se estaba haciendo tarde. El temor a que la noche cayera y me pillara en plena bajada comenzó a hacerse real. Aun así, no sé si por orgullo o por pura inconsciencia, continué el ascenso. Culminé la cumbre que se divisaba desde el cartel, pensé que había llegado, pero mi gozo en un pozo. Incontestable detrás de ésta se levantaba otra que parecía decirme: “ven, ven si tienes hu…”.

Pues los tuve, más bien me faltaron para saber parar (luego me arrepentiría), volví a andar, recobré fuerzas y me convencí de llegar arriba. Cuando al final lo logré no me lo podía creer, tampoco era el final, como si hubiera aparecido de la nada, otra insuperable ascensión se presentaba ante mí. En ese momento, por fin mi sentido común superó a mi orgullo y decidí parar. Podía ver la cruz, el final de mi camino, pero no podía llegar, era imposible. Mis piernas empezaban a doler mucho y, por encima de todo, eran casi las 16.00 horas y me quedaban varias horas de descenso. Cabizbajo, pero consciente de volver en el futuro y culminar mi objetivo, me di la vuelta.

Fue en esta bajada cuando la montaña me hizo realmente sufrir por primera vez. Intenso dolor de piernas, miles de piedras en el suelo que convertían cada apoyo del pie en un suplicio, infinitos y serpenteantes caminos que parecían no llevar a ningún lado y un sol cada vez más bajo y apagado.

Llegué, es obvio, pero mal, muy mal, prácticamente sin poder andar y consciente de que había arriesgado demasiado. La montaña es peligrosa y debemos mostrarle respeto. Ayer, me enseñó sus garras y pensé que podía luchar contra ellas, pero no es así. Una retirada a tiempo no es una rendición, es una muestra de sentido común y de aprecio por tu vida.

A pesar de que no pude disfrutar de las vistas como me hubiera gustado, de que la tensión y las ganas de volver fueron más fuertes que las inquietudes visuales, debo decir que la instantánea que se grabó en mi cabeza en el punto más alto que alcancé era impresionante. Hacia el sur todas las montañas que había logrado superar, grandes picos que, como sin darme cuenta, había ido alcanzando en pos de un objetivo final. Por el norte, los Pirineos. Gracias a la claridad del día, estos podían divisarse en la lejanía, sublime. Otra imagen más que guardaré para la posteridad.

Alguien que haya superado muchas montañas, leerá esto y pensará que es exagerado. En definitiva, no es más que un dosmil, sin embargo, allí arriba, yo me sentía un héroe, tenía la sensación de estar haciendo una hazaña. Excesivo o no, creo que ha sido la vez que más al límite he llevado mis fuerzas. Física y psicológicamente hablando, mi intento de culminar el Tozal de Guara pasará a mi historia particular como aquella vez en la que luché, metro tras metro, contra una montaña que, finalmente, me superó. Le doy la enhorabuena y prometo revancha.

Acerca de Óscar Fernández Civieta

Nací en Salamanca el 22 de junio de 1979. Desde julio de 2011 vivo en Zaragoza, así que me considero mañico de adopción. Soy licenciado en Periodismo y diplomado en Turismo. He sido becario en El Periódico de Aragón, sufrí una beca en Aragón Press-Aragón Digital y tuve el gran placer de hacer las prácticas de la carrera en el programa "Mundo Solidario" de Radio Exterior de España. En 2010, mientras cursaba 5º de Periodismo en Argentina, colaboré con el programa "Hombres al Aire" de FM Zonica (Vicente López, Buenos Aires). Durante cuatro años he sido redactor jefe en la edición aragonesa de eldiario.es. Actualmente, soy periodista freelance: escribo en La Marea, AraInfo y Business Insider España. Colaboro con el programa "Despierta Aragón" (Aragón Radio) y con "Buenos Días" y "Aquí y Ahora", de Aragón Televisión. Además, soy redactor en webs y blogs de diversa temática. Si quiere saber algo más sobre mi vida profesional, en este blog encontrará mi currículum actualizado. Además, en la pestaña de 'Ámbito profesional' puede ver algunas muestras de mi trabajo. Ver todas las entradas de Óscar Fernández Civieta

2 respuesta a «Tozal de Guara: nadar para morir en la orilla»

  • Carlos Civieta

    Una buena reflexión para un montañero amateur. Pensaba reenviarla a algunos amigos montañeros que tengo en Peñaranda de Bracamonte, del club Salandar, pero los montañeros son un poco bravucones y prefiero remitir una crónica de alguna marcha que culmine en el final.
    Ánimo a tu reciente afición a la montaña, no le pierdas nunca el respeto ni hagas rutas solo y danos cumplida cuenta de tus paseos son crónicas muy entretenidas.

  • Uje

    Me encanta ,te solidarizas con el autor en cada paso y te hace consciente de lo que supondría haber llegado al final pensando en que te queda bajar ,que a veces es más duro que subir.
    Sigue cotándonos tus excursiones ,son amenas y reflexivas .

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