Rabian. Mucho. Insultan, patalean, descalifican. Mienten. Algo va bien. España ya tiene presidente, y no es en funciones. No se rompió la disciplina de voto en el PSOE. Tampoco sucumbió Guitarte a las presiones. Votaron lo acordado y Pedro Sánchez continuará siendo el máximo dirigente del Gobierno de España, gracias, esta vez sí, a las urnas, aunque haya quien siga sin aceptarlo. Son los mismos que consideran que Guaidó es el legítimo presidente venezolano. Cuestión de perspectiva (o de democracia).
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¿Lo escuchan? Es el silencio de los demás mientras Abascal suelta barbaridades
Quedan dos días para esa repetición electoral que nadie decía querer (quizás sólo Iván Redondo en círculos íntimos). Aquí estamos, tras el fracaso negociador de la ¿izquierda?, con una extrema derecha desprendida por completo de careta. Sin ambages. Vomitando barbaridades sin el más mínimo atisbo de duda.
Con la bandera no fue suficiente
La bandera no fue capaz de aplacar la “emergencia social”. La fuerza de la rojigualda no llegó para salvar España. No. Hacen falta algo más que alharacas patrióticas y altisonantes cabezazos de hombría. Se requieren otras estrategias para convencer a una sociedad que algunos dieron por demasiado tonta.
Con la Iglesia hemos topado
Sé que la frase que titula este artículo no es original. En absoluto. Pero no he encontrado otra que defina mejor lo que quiero comentar. Y más este domingo que culmina la semana en la que, un año más, el omnímodo poder eclesiástico ha vuelto a tomar las calles de este Estado “aconfesional” que es España.
¡Que vienen los populistas!
Hace ya tiempo que los dirigentes del PP, también de Ciudadanos, y en menor medida los del PSOE, nos vienen avisando del peligro del populismo. ¡Cuidado con el populismo! ¡Ojo con los populistas! ¡Los populistas son radicales peligrosos! Frases, poco menos que mantras para la derecha, que se repiten a diario. Comenzaron a sonar después de la aparición de Podemos: cuando se dieron cuenta de que algunos de los que llenaban las plazas les habían hecho caso montando un partido político que amenazaba su cómoda perpetuación en el poder.