Este artículo lo escribí hace casi dos años desde Buenos Aires, pero me apetecía recuperarlo para mi blog.
Situado en el extremo norte de la provincia de Misiones, ciudad limítrofe con Paraguay y Brasil, y enclavado en la confluencia de los ríos Paraná e Iguazú, Puerto Iguazú es famoso principalmente por sus cataratas, lugar turístico por antonomasia de esta parte de la República de la Argentina, sin embargo, no sólo esa maravilla de la naturaleza llamará nuestra atención. Sus gentes, sus olores, sus paisajes, todo alertará nuestros sentidos uno por uno, despertando más que nunca los conocidos y haciendo florecer otros ocultos que quizás no sabíamos ni que existían.
La vista
Los ojos estarán como platos desde el momento de nuestra llegada, no querremos perdernos ni el más mínimo detalle. Las tres fronteras, lugar desde el cual divisaremos Paraguay y Brasil pero con nuestros pies en Argentina, la selva inmensa a sólo dos pasos de la urbe. Pero sobre todo la gente, la comunidad indígena de los Fortin Mborore con los niños llenos de barro hasta las rodillas, sin electricidad, sin ropa, con el único apoyo de sus manos y lo que con ellas sean capaces de conseguir de la naturaleza.
Una selva en la que se inmiscuyen como un vegetal más, como un animal más, pero nada más lejos de la realidad, cuando te ven pasar con el camión todo terreno por el que has pagado 150 pesos, con tus gafas de sol y tu cámara digital, ellos sonríen, te saludan, te hacen recapacitar y pensar: “yo me enfado porque se me va internet y estos niños son felices con nada, así es, con nada”. Son mucho más humanos que cualquiera de nosotros.
Después, con la angustia y la desazón a flor de piel por lo que has visto, te subes a un autobús y te vas como el resto de la humanidad a las cataratas. Un auténtico parque temático creado por la naturaleza y explotado sobremanera por los humanos. Rutas programadas, bares, hamburgueserías, tiendas, si no estuvieran tan masificadas serían todavía más maravillosas de lo que son.
Aún así, desde el punto de vista de la espectacularidad, no pierden ni un ápice de su belleza. Se presenta ante ti inmensa, desafiante, poderosa, la sublime Garganta del Diablo, una de las cosas más impresionantes que verás en tu vida, cualquier adjetivo se queda corto para definirla, infinitamente recomendable para todos aquellos que hasta ahora no hayan podido disfrutar de su majestuosidad.
El olfato
Miles de olores y sensaciones traspasarán nuestra nariz. El olor a naturaleza, a verde de la inmensa selva, el olor, más desagradable pero igualmente perceptible, de los tubos de escape del gran número de motos que circulan por las calles y, como no podía ser de otra manera, el olor penetrante de la carne, multiplicado por mil en domingo cuando desde primera hora de la mañana en todos los restaurantes, casas, y hasta descampados, se comienza a preparar el famoso asado argentino que primero despertará nuestro olfato y, si podemos permitírnoslo, también avivará:
El gusto
Cuando te das cuenta de que se puede partir ese inmenso trozo de vaca sólo utilizando el tenedor, empiezas a tomar conciencia del tipo de carne que estás a punto de engullir, pero cuando finalmente lo haces, todo lo que te habían contado se queda corto. Por la calidad, por la forma de cocinarla o por estar allí, cuando pruebas un asado en Argentina sientes que te puedes morir a gusto.
Como no hacer mención en este apartado del gusto a la maravillosa caída en nuestra garganta de una fría, amarilla y sabrosa cerveza Quilmes, ahora entiendo a La Fuga cuando en su canción Capital Federal dice: “el sabor de una Quilmes en San Telmo”. En San Telmo, en Palermo, en Puerto Madero, en la Boca o donde sea, una Quilmes nunca está de más.
El oído
En silencio, sin pensar en nada, dejando a un lado nuestras preocupaciones, así conseguiremos escuchar el precioso sonido de la naturaleza. Viento que agitará las hojas de los arboles, miles de animales que cantarán una sinfonía maravillosa a nuestro alrededor, algún que otro niño que grita y corre mientras juega con su hermanita rebozándose en un inmenso barrizal. Todo ello se meterá en nuestra cabeza, intentaremos grabarlo a fuego porque pocas veces estarás tan intrínsecamente conectado con el medio natural.
El tacto
Querrás tocarlo todo, los animales (no peligrosos) que se acercan, las plantas con formas inimaginables que se cruzan en tu camino, las miles de mariposas de colores que te esquivan mientras haces el tortuoso camino que conduce a la Garganta del Diablo. Muchas de ellas se acercarán como pidiendo descanso, extiendes los dedos y se posan en ellos ajenas a todo miedo, tranquilas, sosegadas.
Pero ansiarás tocar también las manos de esos niños indígenas que sin pedirte nada a cambio te regalan su mejor sonrisa, y con esa misma mano cogerás más tarde el tenedor con el que picarás el cacho de carne más sabroso que has probado en toda tu vida, con la misma que pagarás tus souvenirs para la familia, con las mismas que escribirás en el ordenador y contarás todo lo vivido.
La solidaridad, la humanidad
Tenemos que llegar a un lugar así para darnos cuenta de que también existen otros sentidos que pueden florecer en nuestro interior. Cómo puede ser que pasemos de la riqueza, de las comidas suculentas y opulentas, de los hoteles y restaurantes de lujo, de las discotecas atestadas de gente; a la pobreza, la inmundicia, el calvario y la angustia de no tener nada para llevarse a la boca en sólo cinco minutos de autobús.
Pues esto ocurre en Puerto Iguazú, tan maravilloso y grandioso de cara al exterior con sus tremendas cataratas y tan rastrero y voraz con sus pobladores indígenas. Miles de personas escondidas en medio de la inmensa selva que sólo vemos desde nuestro jeep o en alguno de esos reportajes de la 2 a los que solo hacemos caso para alcanzar un profundo sueño.
Ojala el mundo estuviera mejor repartido y todos pudieran disfrutar de un mínimo de dignidad vital, pero está tan lejos, se ve tan efímera y distante esa posibilidad, que desde aquí sólo puedo deciros que cuando vayáis a Puerto Iguazú no os quedéis con la ruta de los viajes organizados, adentraros sin miedo en la selva y, sobre todo, ya lo sabéis, mantener alerta todos vuestros sentidos.
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