Esta semana se han disputado los partidos de vuelta de los octavos de final de la Copa del Rey. La pasada tuvieron lugar los de ida y durante el mes de diciembre se jugaron los octavos. Dos rondas para comprobar que la antaño competición más emocionante y divertida del fútbol español sigue avanzando hacia el abismo. Este torneo se ha transformado, por arte y gracia de los dirigentes del balompié en este país, en un torneo menor. Que agoniza.
Son muchos los errores que se están cometiendo desde las altas estancias. Destacan, en todo este dislate, los horarios. Si bien los de octavos de final, siendo un tanto inexplicables, mantienen un mínimo de cordura; la disposición de los encuentros en dieciseisavos fue uno de los mayores despropósitos deportivos que ha habido en los últimos tiempos.
Unos datos para que quede claro el porqué de esta afirmación: los partidos de ida se disputaron entre el viernes 6, el sábado 7 y el domingo 8 de diciembre de 2013. El viernes se jugaron 6 partidos en 5 horarios diferentes. 5 al día siguiente, repartidos en 4 horarios, y, para finalizar, el domingo otros 5, también en 4 horarios.
Resumen: 3 días, 16 partidos y 13 horarios.
A todo este disparate, hay que unir que, a la vez, se jugaban encuentros de la Liga Adelante. Es decir, y lo digo por experiencia, cualquiera que sintonizara alguno de los programas de radio que cada fin de semana completan jornadas maratonianas, se volvió loco. Se hacía realmente complicado saber si hablaban de la Liga, la Copa o el Teresa Herrera.
Vamos ahora con los partidos de vuelta. En este caso se jugaron entre martes 17, miércoles 18 y jueves 19 de diciembre de 2013. Tanto el martes como el miércoles se disputaron 6 partidos en dos horarios. Para el jueves quedaron 4 encuentros en 2 horas diferentes.
Resumen: 3 días, 16 partidos y 6 horarios.
A simple vista, puede parecer que, en este caso, si se aplicó algo de lógica a la hora de planificar la jornada. Pero no… No fue así. En el colmo de la sensatez se jugaron dos partidos el martes a las 22:00 horas, otros dos el miércoles a las 21:30 y uno más el jueves a las 21:30. Ideal para ir con los niños al fútbol, que disfruten de la emoción de la Copa y que se aficionen al deporte. ¿A que sí? Qué mejor para un niño pequeño que salir del estadio a las 00:00 horas, absolutamente dormido y con la obligación de madrugar para ir a clase el día siguiente. En fin…
49 horas y 30 minutos pasaron desde el inicio del primer partido de la vuelta de dieciseisavos hasta que arrancó el último encuentro. Más de dos días para disputar una ronda.
Este asunto es sólo una patada más de las muchas que ya le han dado en la entrepierna a la Copa del Rey. Otro oprobio a una competición que merece más respeto. La decisión de jugar a doble partido y, para más inri, primero en casa del equipo pequeño, es de los más graves. Medida cuyo objetivo no es otro que evitar las sorpresas. Hacer que sean los de siempre, los ricos, quienes alcancen las últimas rondas.
Salvo honrosas excepciones, como el caso del Mirandés en la temporada 2011/12 o el Racing de Santander en la actual (ya está en cuartos tras eliminar al Almería), es prácticamente imposible que un equipo de Segunda División B, ni siquiera de la categoría de plata, llegué lejos en esta competición. Y ese era, precisamente, uno de sus alicientes.
Antes la Copa era compartir el sueño de los modestos por jugar contra los más grandes. Por, en ocasiones, incluso ganarles. Aunque para ellos era suficiente con hacer un gol, llenar su estadio o pisar el Bernabeu, el Camp Nou o el Calderón. Lejos quedan ya hazañas como la del Castilla en la temporada 1979/80 o la del Numancia en la 1995/96.
La actual fisonomía de la Copa del Rey es una muerte segura para los pequeños. Qué podría haber pasado en el Olimpic de Xativa – Real Madrid de dieciseisavos de final si se hubiera jugado a un solo partido. Quizás el equipo de Segunda B hubiera llevado a los blancos a la tanda de penaltis. ¿Y se imagina que hubiera ganado? O, a lo mejor, el de la capital de España habría sacado a sus mejores hombres y hubiera ganado con facilidad al local haciendo las delicias de los aficionados valencianos.
En cualquier caso, mejor y más divertido. De esta manera, el Real Madrid estaba tranquilo. Sabía que, salvo catástrofe, eliminarían en su estadio al modesto. En Xativa ya tenían su premio: habían empatado con uno de los mejores equipos del mundo. Pero… ¿Por qué no soñar con algo más? ¿Por qué destrozar la utopía de algunos sólo para que otros puedan seguir poniendo el cazo? El Real Madrid venció 2-0 en la vuelta y el Olimpic volvió al fútbol de los campos embarrados, de los vestuarios pequeños, de las escuetas gradas. El de verdad.
El caso del equipo blanco es extrapolable a cualquier otro club grande que guarda a sus mejores jugadores en los partidos de ida y que tira de ellos en la vuelta si las cosas se ponen feas.
Como aficionado al fútbol tengo envidia, mucha envidia de la Copa de Inglaterra. Jugada a un solo partido, con modestos alcanzando las rondas finales prácticamente todos los años. Mucho tienen que aprender los dirigentes del fútbol español de los británicos. O quizás no, a lo mejor no es cuestión de aprender. Puede que lo sepan. Que sean conscientes de que un modelo como el inglés generaría un torneo infinitamente más divertido. Es probable que sean muy conscientes de ello pero que, simplemente, no les interese. Lo más seguro es que les dé pánico que un equipo de Segunda o Segunda B participe en competiciones europeas. No lo sé.
No voy a entrar a valorar quién está saliendo beneficiado de todas estas barbaridades que se están haciendo. Desde luego, el fútbol no. Gradas desangeladas, estadios vacíos, partidos resueltos antes del pitido inicial.
El fútbol es la más importante de las cosas sin importancia. Por ello, conviene cuidarlo. Pero el de verdad. No sólo el de los grandes equipos, los balones de oro y los millonarios acuerdos publicitarios. También el otro. El pasional. El que es deporte con mayúsculas. El que, por más que intenten matarlo, seguirá vivo. En tiempos como los actuales, la pelotita es una buena manera de abstraerse de la cruda realidad que hay en la calle.
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