Después de tres sábados consecutivos despertándome a eso de las 6 de la mañana, entendí que debía tomar medidas. Las opciones eran varias: llamar a la Policía, mantenerme en la cama a la espera de que regresara la calma o salir al balcón y “disfrutar” del espectáculo. Tras escasas vueltas a la cabeza me decidí por la última opción: no tenía más pretensión que, al menos, conocer el motivo de esos bramidos propios de animales que cada fin de semana turbaban mi sueño y me dejaban ojiplático sobre la cama a horas intempestivas.
Hace tiempo también tenía los ojos bien abiertos a esas alturas de las madrugadas de los sábados, pero la edad no perdona. Quizás los años también tengan relación directa con la facilidad para desvelarme.
Comencé, por tanto, a ver desde el balcón de mi casa estos bochinches. Corría el mes de febrero de 2015. Un año y medio después (perdón por la inmodestia) afirmo sin rubor que soy un experto en broncas callejeras. Ya que me han robado tantas horas de sueño, al menos voy a sacarle un provecho.
El inicio de la trifulca
Suben los decibelios. La voz se torna cada vez más agresiva, agria, descontrolada… El mobiliario urbano es el primero que sufre las consecuencias. La cantidad de cos crece imparable. Ya no hay vuelta atrás. Va a suceder de nuevo. Tras unos primeros intentos (absolutamente inanes) para evitar lo inevitable, la mecha prende definitivamente… “¡A que te meto, maricona!”
Cada personaje ocupa su lugar en este teatrillo improvisado. Como fruto del ensayo más sacrificado, actores y actrices se disponen a bordar su papel. Cambian matices, pero la historia, las formas y, sobre todo, los personajes, son los mismos. Para ellos es casi rutinario. Para mí, apostado en mi balcón de la calle Mayor, ya también.
Los personajes
El luchador elegido
Sin duda, es el protagonista. Él quiere serlo y no aceptará que nadie trate de ocupar su lugar. Es como una de esas películas en la que las dos bandas callejeras enfrentadas escogen a su luchador. Él sabe que es el elegido. En bastantes ocasiones, se despoja de camisetas, gorras y demás accesorios que puedan molestar en el combate.
(Nota: por favor no crean que quiero comparar las cutres trifulcas de mi calle con esas peleas repletas de arte y danza de West Side Story).
Antes incluso de entrar en contacto con el contrincante, ya demuestra su poder. Sobre el asfalto -convertido en improvisado ring- baila, ensaya su crochet, su uppercut, su gancho de izquierdas. Y grita. Se desgañita. No solo pega al de enfrente. Las patadas al diccionario son si cabe más numerosas. Y van acompañadas de un torbellino incontrolable de onomatopeyas. Las pocas palabras que repite con asiduidad son maricona y co.
En todo este ritual se produce una exagerada y sobreactuada ostentación de testosterona. Es el macho alfa: “No tienes huevos; maricón; te reviento, mierda”. Pura poesía callejera para amenizar la velada. Él es el hombre. El combatiente. ‘El elegido’.
El amigo flipado
Su aparición en el centro de la escena suele suceder al finalizar la pelea. Aunque comienza a dejarse ver en los estertores de la misma, en ese momento en el que ambos bandos ya se han separado, pero quedan rescoldos. La cosa todavía está calentita. Faltan, por lo menos, 17 cos, dos o tres carreras amenazantes, una arrancada miuresca y, probablemente, el lanzamiento de una piedra, bote, vaso o lo que ‘el elegido’ pille a mano. A veces (muy pocas) es la llegada de la Policía la que trae definitivamente la calma.
‘El flipado’ también tiene igual de asumido su papel. Sabe que nunca será ‘el elegido’. Pero no le importa. Si en vez de a puñetazos la contienda fuera contando chistes tendría muchas opciones. O incluso en un duelo para ver quién se bebe antes el litro de kalimotxo. Pero no para pelear. Su labor, básicamente, consiste en recordar todo lo que ha pasado con gestos peliculeros e inflados: “Co, como le ha metido; viste cuándo; paammm, buff, ha retumbado, co, jajajaja. Y cuándo, plaaaassss, buah, tronco, co, puf, qué puta pasada”. Ufano, ‘el elegido’ le mira. Está cumpliendo con su cometido.
El amigo se acerca a cada persona nueva que llega para interesarse y le relata lo sucedido: “Un payaso, co, que ha mirado a la Raquel y el Jony le ha metido. No veas qué hostias, co. Puummmm, increíble, co. La maricona se ha ido corriendo. Cagao, co, un mierda”
Las chicas
Aquí hemos pinchado en hueso. El machito elegido se yergue cual león en la sabana cuando se habla, se mira, se roza o se pasa a menos de un metro de la chica. Puede ser su novia, la de su amigo, la prima, o una chica que acaba de conocer. Da igual. Es una de sus chicas. Ellas no pelean. No pueden. No se les está permitido. ¡Una chica peleando!, por favor, habrase visto tamaña ofensa. Teniendo aquí estos musculados brazos masculinos, para que va a pegarse una piba. “Que no, que no, que le meto yo, co”.
Cualquier gesto o palabra que, directa o indirectamente, afecte a alguna de sus chicas será interpretado por ‘el elegido’ como un oprobio merecedor de castigo. El detonante definitivo. Por ahí no pasa. Su radar de líder se pone en marcha ipso facto. Co, co, co (y algún grito inteligible más por medio) y vuelve el espectáculo. Esto, claro, en el caso de que el haber mirado a la chica no fuera la causa inicial de la pelea.
Pero no crean que ellas están molestas. Nada más lejos de la realidad. Lo entienden. Es lo normal. Son princesitas y su caballero ha de defenderlas.
El secundario
Papel difícil este. Aspira a ser ‘el elegido’. Aprovecha cualquier momento para quitarse la camiseta y demostrar que él también puede. Está preparado. ‘El elegido’ tiene sucesor. En el momento en el que otra persona, además de los dos protagonistas de la refriega, muestra el más mínimo atisbo de provocación, ‘el secundario’ actúa de manera inmediata. Esta es la mía. Con este me doy yo. “Qué dices puto mierda, maricona, co, que te reviento” (os prometo que no soy pesado con la repetición de “mariconas” y “cos”; de hecho, es probable que me esté quedando corto).
Habitualmente esta pelea en segundo plano no llega a nada. Un par de empujones, quizás un puño al aire. Poca cosa. Pero ‘el secundario’ tiene suficiente para vanagloriarse. En cuanto ‘el flipado’ esté repasando los hechos, aprovechará para meter baza: “Y yo casi le meto a otro, co, buff, le he soltado solo una, buaaah, menos mal que no le he enganchado, co, se ha pirao corriendo la maricona”.
Estos son los personajes principales. Pero pueden aparecer más. Aunque siempre haya un hilo argumental común, cada representación cuenta con su pequeña dosis de originalidad. Por ejemplo, a veces entra en escena el elegido de otra banda, que es amigo del elegido protagonista de hoy: “No jodas, a ese payaso le metí yo hace un par de semanas por tirarme una cerveza, co. Me cago en su puta raza, vamos a por él que le meto yo, co, con la Raquel no se mete ni mi madre. Puta maricona”.
La calma
Cuando la caterva de personajes recobra la paz, hago análisis. Si lo pienso fríamente, puñetazos, lo que son puñetazos que acaban en la cara del de enfrente, dos o tres. No más. Eso sí, ‘el elegido’ se siente Tyson después de ocho asaltos. Está orgulloso. No elude los halagos. Lo ha vuelto a hacer. Ha demostrado otra vez por qué ostenta ese cargo de máximo poder.
Y yo vuelvo a mi cama, no sin antes apuntar en un cuaderno algunas de las frases que acabáis de leer en el artículo. Con un poco de suerte recuperaré rápidamente el sueño. Pero nunca se puede descartar que hoy haya velada doble. O triple.
4/09/16 at 22:31
Ya sabes cual es la solución: salir hasta más tarde!! Pese a la edad…😜
6/09/16 at 18:16
Muy bueno ese artículo.
Podrias gravar varias escenas y montar un corto.
Saludos
josé A.
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8/09/16 at 17:42
Está de puta madre, cada dÃa escribes mejor.
Besos.