Hace tres semanas que disputé mi primera marcha cicloturista: la Nor3extrem. Una preciosa ruta que recorre el norte de Extremadura por el valle del Ambroz, el Jerte y La Vera. 90 kilómetros, con 1.840 metros de desnivel positivo, que, con salida y fin en el maravilloso pueblo de Hervás, me llevaron a subir el puerto de Cabezabellosa y el de Honduras. 90.000 metros con un espectacular entorno que invitaba a descansar y disfrutar del paisaje en cada curva. En resumen: 5 horas y 29 minutos encima de la bici.
Pero no estoy aquí para hablar de la beldad de estas tierras extremeñas (que también). Tampoco para hacer una crónica deportiva de lo que fue la marcha. Escribo este artículo porque, 14 días después, con la reflexionada visión que te da el paso del tiempo, aún no sé si debí, o no, subirme a esa bicicleta. No me refiero a si físicamente estaba preparado para terminar la ruta (que a la postre lo hice), sino a si merece la pena afrontar este tipo de retos con la preparación justa para eso, para llegar. Nada más. Sabiendo que será difícil disfrutar y que mantendrás una continua lucha contigo mismo para decidir si debes seguir o parar.
Estamos rodeados de falacias en forma de artículos y vídeos en YouTube que, con el único fin de lograr muchos clics, cuentan peligrosas mentiras ocultas tras sugerentes títulos como “Prepara un maratón en tres semanas” o “¿Cómo hacer un Ironman en dos meses?”. Me considero bastante prudente en lo deportivo, pero es tal la invasión de gurús deportivos que se arrogan la creación de entrenamientos milagrosos que uno ya no sabe si, aunque solo sea de soslayo, le habrán inoculado también el veneno. Me explico.
Primera parte
Esperando a que se diera la salida desde el centro de Hervás, ya me di cuenta de que no era uno más. Era mi primera incursión en el ciclismo y, acostumbrado a las carreras populares de atletismo, donde –en mayor o menor cantidad– siempre hay alguien que va a probar, que lleva unas zapatillas de 20 euros o una camiseta de su equipo de fútbol favorito, rápidamente me di cuenta de las diferencias. No había maillots del Decathlon –salvo contadísimas excepciones–, tampoco bicicletas baratas. Ni siquiera pelos en las piernas.

En la salida de la Marcha Cicloturista Nor3xtrem.
Entonces los nervios me atenazaron. Agarrotaron mis piernas. Empecé a preguntarme si estaba preparado para afrontar ese reto. ¡No!, grité para dentro cuando los que me rodeaban comenzaron a pedalear pasándome cual Froome compitiendo contra su hijo.
A las faldas de Cabezabellosa llegué ya demasiado cerca del coche escoba. Y eso que Fran, mi compañero de fatigas, desdeñó su condición de líder para hacer de gregario y llevarme hasta allí. Aquellos que pedaleaban a mi alrededor parecían paridos en esas montañas y yo un insolente alóctono que no había medido bien los riesgos. A mitad de la durísima primera rampa me quedé el último.
Y, en ese preciso instante, arribó el sufrimiento. La subida fue un continuo castigo mental: “¿qué hago aquí?”, “¿no estoy preparado?”. Más que en ninguna carrera pensé seriamente en la retirada –y llevo tres maratones en las piernas–. Unas piernas que, plúmbeas, parecían incapaces de hollar la cima.
Afortunadamente no sabía que la carrera se neutralizaba en la cumbre y que todo el pelotón estaba esperando a que este intrépido ciclista de ciudad decidiera aparecer. Cuando lo vi me vine un poquito más abajo. Tras escasos diez minutos de descanso –es lo que tiene ser el último– la carrera se reanudó. Y las sensaciones eran idénticas.
Segunda parte
Pero algo cambió. No sé cómo ni cuándo. Supongo que lo de llevar tantos años entrenando me ha hecho un poco duro de mollera cuando de deporte se trata. Conseguí relajarme, hice un amigo –que casi me doblaba en edad- y decidí encolarme a su rueda como única opción. Con él llegue a la primera rampa de la subida estrella del día, el puerto de Honduras, y, para mi sorpresa, sin intención le dejé atrás.
El chip cambio del todo. Del pesimismo pasé a un estado de absoluta confianza. Las rampas parecían más tendidas y las piernas soltaron lastre. Con un ritmo continuo, dosificando y manejando las fuerzas, logré, incluso, disfrutar del ascenso. Adelanté a otro corredor y, casi en la cumbre, enganché con un grupito que luego me dejaría en el descenso.
Entré feliz en la meta de Hervás. El abrazo con Fran me supo a gloria. “Claro que estoy preparado”, “para esto y para más”. Las endorfinas hacían de las suyas. Si hubiera escrito este artículo en aquel momento, creo que me hubiera parecido demasiado a ciertos “influencers” que trufan sus vídeos de patrañas del tipo “si quieres, puedes” o “el límite está dónde tú lo pongas”. Algún día escribiré sobre esto –y no dentro de mucho–.
Ahora
Por eso he preferido esperar este tiempo prudencial. Dos semanas parecen más que suficientes para extraer una lectura pausada y acometer la respuesta a la gran pregunta: “¿Estaba preparado?”. He dicho “parecen”, pero resulta que no. Que, todavía hoy, no sé si hice bien o mal. Que a estas alturas no he autodilucidado si pequé de valentía u osadía –que, en cierto modo, no es más que una versión peyorativa de la valentía–.
Este tiempo, al menos, sí me ha servido para saber que quiero hacer más. Pero que no volveré a ponerme un dorsal encima de la bici sin la seguridad de estar listo. Me ha valido también para corroborar que las palabras paciencia, tranquilidad, cabeza, cordura o sensatez son las que deben guiar al deportista popular. Y deben hacerlo sin desterrar la locura, porque es esta la que sueña utopías y divisa retos que, tras el necesario –y largo- entrenamiento, quizás, se puedan cumplir.
Y si en el futuro peco de algo, deportivamente hablando, que sea de prudencia.
22/05/17 at 9:09
Me gusta mucho.
26/05/17 at 20:44
Vale Oscar, ahora tienes que subir a La Montaña, en Cáceres.
29/05/17 at 10:23
La próxima que vaya a Cáceres me llevo la bici y vamos a por La Montaña.
1/11/17 at 11:54
[…] tiempo queriendo hablar de esto. En algunos artículos anteriores hice mención, pero quería dedicar uno completo. Tenía esa necesidad fruto de la continua invasión de estos […]